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Las tecnologías facilitan esta práctica eliminando la confrontación mediante bloqueos o silencios.
Una tendencia se ha instalado en la cotidianeidad de las relaciones afectivas: el ghosting. Este término, derivado del inglés ghost (fantasma), describe la conducta de cortar toda comunicación con otra persona de forma abrupta y sin ofrecer explicaciones.
Lejos de ser un fenómeno marginal, el ghosting se ha transformado en una de las formas más comunes de terminar vínculos, especialmente en relaciones que comienzan o se desarrollan en entornos virtuales.
Qué es y cómo se manifiesta el ghosting
Esto implica ignorar llamadas, dejar mensajes sin respuesta, cortar contacto en redes sociales o incluso bloquear todos los canales posibles, lo que en ciertos casos se denomina cloaking. Según un estudio de la Universidad de Western Ontario (Canadá), hasta un 65% de los encuestados admitió haber hecho ghosting, mientras que un 72% reconoció haberlo sufrido alguna vez.

Esta forma de ruptura afecta especialmente a quienes entablan relaciones en entornos digitales, donde los lazos se generan de forma rápida, a menudo con escasa profundidad emocional o sin compromiso explícito.
En este terreno, el ghosting no solo se ha naturalizado, sino que se ha ramificado en variantes como el caspering (una retirada progresiva mediante excusas y falta de entusiasmo) o el zombieing (cuando quien desapareció reaparece sin explicación alguna).
Cuáles son las causas del ghosting
- De la evasión al desinterés
El auge del ghosting no puede comprenderse sin atender a las características culturales y tecnológicas del presente. Por un lado, el predominio de relaciones inmediatas, muchas veces superficiales, y la ausencia de códigos claros en el universo digital fomentan la falta de responsabilidad afectiva.
Por otro lado, la tecnología hace que desaparecer sea fácil: basta con silenciar un chat, borrar un contacto o bloquear a alguien en redes sociales para romper el vínculo sin necesidad de confrontación.

Entre las motivaciones más frecuentes se encuentra el deseo de evitar el conflicto. Según la psicóloga Niloo Dardashti, incluso cuando hay atracción o afinidad, el proceso de conocer profundamente a otra persona puede derivar en desencanto, lo que lleva a algunos a retirarse sin dar explicaciones.
En otros casos, se trata de una decisión vinculada a un cambio de interés o a la aparición de nuevas personas en la vida del ghoster.
La sexóloga Kamil Lewis, por su parte, sugiere que el ghosting puede obedecer a motivos como no estar emocionalmente disponible, miedo al compromiso o simplemente sentirse superado por las emociones.
Hay también quienes consideran que hablar de forma honesta podría ser más hiriente que desaparecer, por lo que optan por cortar el vínculo sin palabras, racionalizando esa elección como una forma de “evitar más dolor”.

- Factores psicológicos y de personalidad
Más allá de las causas situacionales, existen factores psicológicos que aumentan la probabilidad de que una persona incurra en ghosting. Algunos estudios asocian este comportamiento con rasgos de la tríada oscura de la personalidad —narcisismo, maquiavelismo y psicopatía—, aunque no de manera exclusiva.
También se vincula con personas que creen que las relaciones están regidas por el destino: una vez que sienten que “no es la indicada”, desaparecen. En contraste, quienes conciben el vínculo como algo que se construye tienden a evitar esta práctica.
Desde un punto de vista emocional, el ghosting puede estar asociado con estilos de apego evitativo. Es decir, individuos que ante el incremento de la intimidad afectiva se sienten amenazados y prefieren cortar la relación de raíz antes que exponerse emocionalmente.
Este tipo de perfil suele carecer de habilidades para la comunicación asertiva y evita el contacto con sus propias emociones, lo que termina por manifestarse en desapariciones repentinas.

Cuáles son las consecuencias del ghosting
Quienes son ghosteados suelen experimentar confusión, culpa, frustración e incluso síntomas de ansiedad. La falta de cierre deja a la víctima en un estado de incertidumbre, atrapada en un limbo afectivo donde abundan las conjeturas y escasean las respuestas.
Este tipo de desconexión emocional repentina puede llegar a considerarse una forma de maltrato psicológico. No solo implica una deshumanización del otro —a quien se deja de considerar como sujeto con emociones y necesidades—, sino que refuerza una lógica en la que eludir el dolor propio pesa más que asumir la responsabilidad sobre el daño ajeno.