
Con el respaldo de sus propios trabajadores y aliados, la compañía logra el control administrativo total de su centro de lanzamientos en Texas.
En una franja costera del sur de Texas, justo donde el desierto se encuentra con el Golfo de México, una visión futurista se está volviendo realidad. Allí, en un antiguo pueblo llamado Boca Chica, los cohetes de SpaceX ascienden al cielo como una promesa tecnológica sin precedentes.
Ese lugar, donde Elon Musk prueba su programa espacial más ambicioso, ha sido rebautizado como Starbase. No es solo un centro de operaciones, sino una ciudad oficialmente reconocida que lleva el nombre del puerto espacial desde el cual despegan los prototipos de la nave Starship.

Entre los que participaron en esa decisión había trabajadores de SpaceX y personas con vínculos directos con la compañía. El resultado, previsible, le otorgó a la empresa un nuevo nivel de control. Y con ello, a Musk, una influencia sin precedentes en el desarrollo urbano ligado a la industria aeroespacial.
Una ciudad con propósito espacial y gestión corporativa
La fundación de Starbase no se limita a lo simbólico. Con su nuevo estatus, esta ciudad puede ahora contar con un gobierno local, establecer ordenanzas, administrar impuestos y organizar la infraestructura municipal.
El primer alcalde, Bobby Peden, no es un político tradicional. Se trata del vicepresidente de operaciones de prueba y lanzamiento en Texas de SpaceX, quien trabaja en la compañía desde 2013. El liderazgo de la flamante municipalidad está, de forma práctica, bajo la órbita de la empresa.

Desde una perspectiva operativa, el cambio trae beneficios inmediatos. La coordinación de lanzamientos, los cierres de carreteras y el despliegue logístico en los alrededores se facilitarán con una autoridad local alineada con la misión empresarial.
Para SpaceX, es un paso lógico. Para los observadores externos, se trata de un caso extraordinario de urbanismo empresarial donde una compañía tecnológica no solo diseña naves, también regula el espacio social donde las ensambla y lanza.
Los costos ambientales de la conquista espacial
Sin embargo, el entusiasmo por esta nueva ciudad espacial no es compartido por todos. Organizaciones locales han manifestado un rechazo contundente a la expansión de SpaceX en Boca Chica. El grupo The South Texas Environmental Justice Network denunció que las actividades de la empresa han causado impactos significativos en el ecosistema.
Según esta organización, las pruebas de cohetes han provocado la quema de más de sesenta acres de hábitat natural, contaminado fuentes de agua y perturbado a la fauna local.

Uno de los aspectos más sensibles es el acceso a la playa. La zona costera de Boca Chica ha sido, durante generaciones, un lugar de encuentro para pescadores, familias y comunidades indígenas. La tribu Carrizo/Comecrudo, por ejemplo, mantiene una conexión espiritual con esa playa, a la que considera sagrada.
Con la creación de Starbase, SpaceX puede limitar el ingreso al área bajo el argumento de seguridad operativa. Ese desplazamiento simbólico y físico de la comunidad ha encendido la alarma entre activistas y defensores del patrimonio natural y cultural de la región.
Starbase representa una visión ambiciosa del futuro. Es un laboratorio urbano a escala reducida donde tecnología, política y exploración espacial convergen. Pero al mismo tiempo, plantea interrogantes sobre la concentración de poder, la exclusión comunitaria y el costo ambiental de ese progreso.
La posibilidad de que una corporación influya directamente en la administración de una ciudad genera inquietud sobre los límites entre lo público y lo privado.
Mientras la legislatura estatal discute leyes que podrían ampliar aún más las atribuciones locales de SpaceX, y el gobierno federal reduce su capacidad de intervención, Starbase se consolida como un modelo inédito.