
Investigaciones recientes describen cambios en la estructura del sueño asociados a la edad, el entorno y ciertos hábitos vinculados al estilo de vida.
Despertarse en medio de la noche es un fenómeno frecuente y, en la mayoría de los casos, no representa un problema de salud. Aunque puede generar cierta preocupación, se trata de un proceso natural que forma parte de la arquitectura normal del sueño.
Según explicó la doctora Daniela Silva, especialista en Medicina Interna y E-Health Medical Manager de Cigna Healthcare España, a Men’s Health, los adultos pueden despertarse hasta cinco veces por noche, generalmente al finalizar cada ciclo de sueño. Estos despertares suelen ser tan breves que no se recuerdan, ya que el cerebro pasa por cortas fases de alerta antes de iniciar un nuevo ciclo.

En esta etapa, predomina el sueño ligero sobre el profundo, y factores como el envejecimiento del sistema nervioso, la menor secreción de melatonina y las molestias físicas dificultan mantener un sueño continuo.
El uso de dispositivos electrónicos antes de dormir también afecta negativamente, ya que reduce la producción de melatonina, retrasa el inicio del sueño y estimula el cerebro en momentos en que debería relajarse.

Las consecuencias de un sueño interrumpido no solo se sienten al día siguiente, con síntomas como irritabilidad, dificultad para concentrarse y falta de claridad mental, sino que también pueden acumularse con el tiempo, afectando la salud física y mental.
En cuanto a cuándo preocuparse, Silva indicó a Men´s Health que los despertares ocasionales son normales, pero si estos son frecuentes y afectan el bienestar diario, causando fatiga, dificultades de concentración o irritabilidad, es recomendable consultar a un especialista.
También es importante buscar ayuda si los despertares están acompañados de ronquidos fuertes o problemas respiratorios.
Por otro lado, investigaciones recientes han explorado cómo los horarios irregulares de sueño pueden impactar la salud metabólica.

Según un estudio publicado en la revista SLEEP, las personas que mantienen horarios de sueño inconsistentes, especialmente con grandes diferencias entre días laborales y libres, presentan un mayor riesgo de resistencia a la insulina, un factor relacionado con la diabetes tipo 2.
Este fenómeno, conocido como “jet lag social”, puede alterar los ritmos circadianos y afectar la regulación de la glucosa, incluso en personas que no trabajan en turnos nocturnos.
Además, los horarios irregulares de sueño pueden llevar a patrones de alimentación desordenados, como el consumo de alimentos calóricos durante la noche, lo que contribuye al aumento de peso y a la disfunción metabólica.
El impacto de los horarios de sueño también se extiende a la salud mental. Un estudio realizado por investigadores de Stanford Medicine analizó a más de 73.000 adultos y encontró que las personas que se acuestan tarde, independientemente de su cronotipo (preferencia natural por horarios matutinos o nocturnos), tienen mayores tasas de trastornos mentales y de comportamiento, como ansiedad y depresión.

Según contó el profesor Jamie Zeitzer, autor principal del estudio, en la página de la Universidad, los comportamientos impulsivos y las decisiones perjudiciales son más comunes en las horas de la madrugada, lo que podría explicar esta relación.
Además, el estudio reveló que los “búhos nocturnos” que se acuestan tarde tienen entre un 20% y un 40% más de probabilidades de desarrollar un trastorno mental en comparación con aquellos que adoptan horarios más tempranos.
En el caso de los adultos mayores, es aconsejable limitar las siestas diurnas y reducir el consumo de líquidos antes de acostarse para evitar interrupciones nocturnas. También se sugiere evitar el alcohol, la cafeína y los fármacos sedantes, salvo que sean prescritos por un médico.